Haga lo que haga, escuche lo que escuche, no aparte la vista...
Ha ocurrido una vez más. Al fin hemos podido disfrutar de la trama de Expediente Warren de la mano de una de sus entregas más influyentes como lo es La Monja.
Pero... ¿hay un punto en el que una película sea previsible?
No me malinterpreten, yo soy el primero en la sala que siente satisfacción al predecir dónde y cuándo va a haber sustos y gritos, según el plano y el movimiento de la cámara. Pero llegados a un punto (en el que me han empezado a pesar los párpados) ya se hace cansado y monótono (nadie quiere eso en una película de terror, aunque también puede ser porque fui a la sesión de las 22:00). Forma parte de mi afición a las pelis de posesiones, crucifijos y demonios, cargar con el peso de ser un experto en el tema, y es mágico tener interés por saber lo que ocurre detrás de la cámaras, aunque tarde o temprano acabas sabiéndolo de manera involuntaria viendo la película (algo que seguro ninguna producción quiere desvelar).
Dirigiéndonos directamente a la propia trama del largometraje, James Wan tiene la receta secreta (no la de Bob Esponja) para poner los pelos de punta y los ojos como platos. Gracias a producciones como Saw, Expediente Warren, Insidious o Aquaman, nos ha demostrado ser un maestro en estremecernos de miedo en nuestro asiento. Cualquier otra persona diría que la estructura de estas pelis es muy repetitiva, y no la culpo. Pero si echamos un vistazo atrás, el género ha evolucionado a base de pequeños cambios y el clásico "vaya película de mierda", de la cual sacamos una moraleja, no repetir lo que ha ocurrido.
Y haciendo énfasis en La Monja II, hay algo que me ha faltado en la proyección y que es muy importante. Es un fenómeno que yo llamo "El efecto Wan". Este efecto se resume en:
-¿Vale, es una peli de miedo, qué pasa al principio?
-Nada.
Este efecto crea una atmósfera que poco a poco se intensifica conforme a la historia se desarrolla (al principio hay alguna cosa que se mueve, una puerta se cierra sola...) hasta lo que a mí me gusta llamar el "clímax" de la película (el protagonista bañado en sangre lucha contra una criatura lovecraftiana mientras una música ensordecedora satura la escena al completo). Sin embargo en este caso hemos podido observar lo precoz que ha sido la película al empezar directamente yendo a lo que se consideraría el clímax. Pero se le perdona al estar apoyando la trama. Aunque pienso que en realidad también podría haber sido un desarrollo gradual pero con un punto de partida muy alto.
Una gran ovación también a Bonnie Aarons y su gran actuación, por volver a ponerse el hábito y ser otra vez una de las caras más emblemáticas del terror actual.
Interesante crítica. Ya veo de qué te vas a disfrazar en Halloween.
ResponderEliminarUn placer leer La bocina de Harpo, como siempre.
ResponderEliminarinteresante reflexión
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