Mentiría si digo que tenía ganas de esta nueva entrega de la saga de Saw. Mayormente porque no encuentro ese entretenimiento en las películas sangrientas. La sangre es un recurso muy frágil que debe usarse de manera moderada. No obstante, a quién quiero engañar... Si alguien va a ver Saw lo hace por la gratificante cantidad de huesos rotos, vísceras y los excesivos litros de ketchup (sí, cuando veo una escena sangrienta mi única tranquilidad es pensar que no es sangre, sino salsa de tomate... En fin la magia del cine).
Eso sí, al final voy a acabar cambiándole el nombre al blog por "El Blog acerca de James Wan", porque encuentro a este director hasta en la sopa. Pero ya le di mucho protagonismo hablando de La Monja, vamos a hablar de lo que importa... La película.
A primera vista, el largometraje trae consigo la esencia de sus antecesoras, porque otra vez se ciñe a lo que mejor se le da. Las películas de Saw en su integridad son una lección moral sobre los valores humanos, la cual se cimienta sobre la siguiente pregunta: ¿De verdad valoramos la vida? En todas las entregas vemos que los que peor acaban (las víctimas) son personas que muestran una seria falta de valores éticos. Y naturalmente esas personas merecen pagar por sus actos. Tal vez el lector se pregunte cómo se corrigen esos comportamientos. La industria cinematográfica nos ha enseñado que escribir cien veces la misma frase en la pizarra, tiene una eficacia endeble a la hora de redimirse (y congelar a alguien en carbonita como a Han Solo no está tan bien visto). Pero... ¿Y si hacemos que a esa misma persona le falten órganos vitales o le impidamos la realización de funciones motrices? Pues así mucho mejor, porque "la letra con sangre entra". Es más, con esa misma frase desmontaríamos la saga entera. Pero, ¿por qué pegarles una paliza si puedo hacer que se la peguen ellos mismos? Así yo también me divierto. De ese mismo deseo proveniente del modelo del rey y el bufón, minan la moral de la víctima, no por recurrir a autolesionarse para sobrevivir, sino porque eso es considerado "un juego".
El bufón es la figura que a toda costa debe entretener al rey, porque de eso depende su vida. Da igual cómo, ya que para él el fin de verdad justifica los medios. Y justo como el desesperado bufón, los protagonistas de los puzles del descabellado Jigsaw, hacen todo lo posible por mantener la vida pese a haber demostrado que no son merecedores de ella. En ese momento exacto de la película el espectador se da cuenta de que el verdadero dilema moral, está en la mente detrás de esos crímenes. Pero estamos hablando de un psicópata así que volvemos al punto de partida en el que lo único que nos interesa es el grado de locura que puede llegar a alcanzar una persona en esa situación. Pero un momento, si nos olvidamos del autor, estaríamos siendo tan crueles como él mismo, así que veamos un poco más sobre este personaje.
Naturalmente la persona que se esconde bajo el pseudónimo de Jigsaw de verdad está mal de la cabeza. Pero es raro, porque lo más sensato es pensar que la persona que corrige conductas incorrectas, será la que con mucha seguridad, tenga la mejor conducta de todas. Probablemente el único caso en el que alguien ponga en evidencia la vida de los demás, tendrá que ver con alguien que honestamente no valora la suya. Por eso desde la primera película de Saw, vemos que la mente detrás de los puzles es un octogenario con cáncer terminal (y al parecer, con acceso a maquinaria pesada), capaz de pasar de todo, porque le da igual tu opinión y la de todos los demás.
Así que no, no me gustan las películas sangrientas.