El otro día vi una vez más uno de mis títulos favoritos de Wes Anderson. El fantástico sr. Fox narra las aventuras de un zorro que se la juega a 3 temibles granjeros exitosos en la ganadería y la agricultura. Desde pequeño me ha fascinado el estilo que creaba este director en sus películas. Hasta el punto de querer vivir en una de éstas o aplicar ese estilo en mi día a día. Y he encontrado esa sensación que me produce verlas. Escuchar la famosa Gymnopédie No.1 de Erik Satie mientras miras por la ventana en un atardecer de domingo, reflexionando sobre tu semana o pensando en cosas en las cuales no tienes ningún tipo de influencia, pero son importantes. También disfrutar de una plácida lectura tumbado en la hamaca, en el parque de Los Jesuitas de Salamanca, te transporta al universo de Wes Anderson. Pero, ¿por qué tenemos esa sensación?. En sus películas vemos a personajes viviendo aventuras dignas de ser contadas en forma de leyenda. Pero, sobre todo, en estos largometrajes prima la tranquilidad: la paleta de colores, los escenarios, la banda sonora, hasta el propio encuadre centralizado (que le da un toque característico a este director) nos produce una relajación gigantesca y un sentimiento que podríamos denominar como Peiskos (es una palabra nórdica que describe la sensación de hogar que nos inunda al sentarnos enfrente del fuego, ya sea la chimenea de casa o una hoguera en el campo). Wes Anderson nos enseña que al salir de nuestra zona de confort, ésta no desaparece, nosotros la expandimos. Nuestro hogar no es la casa donde vivimos, nuestro hogar son las personas y los lugares que nos hacen sentir seguros, que nos hacen sentir el Peiskos. En medio de la montaña, en la playa, en algún pueblo de una isla pequeña... Todos esos sitios acaban siendo el hogar de los personajes de: El Gran Hotel Budapest o Moonrise kingdom, junto a las personas que se conocieron durante la aventura.